miércoles, 19 de agosto de 2009

Julio y sus mañanas

Lo primero que hizo al despertar fue buscar en su escritorio los Camel Box. Sabía que quedaban tres y eran suficientes. El primero, la afeitada y el desayuno. Encendió el más arrugado y tosió tres veces tapándose la cara con la almohada. Espió el clima por la ventana, gris, húmedo, camperas a discreción, ninguna bufanda... y regresó a la cama. Hizo fiaca mirando el techo a través del humo, pensó, ocho y cuarto, se levantó. Mismos jeans, medias limpias y zapatillas, a las que sentía como si las volviera a usar después de décadas. En el baño dejó correr el agua hasta que quemara y a cachetazos se lavo la cara. Ablandó la barba y se untó la espuma sin mucho esmero. Segundo Camel en la boca y afeitadora en mano. Mismo método: mejilla izquierda, derecha, mentón, bigote y por último cuello, siempre a contrapelo. Alcohol, también a cachetazos. Tiró el Camel en el inodoro. Se demoró en el peinado. Por último, camisa blanca y campera de cuero. ¿Perfume? no quedaba. Su madre le prometía un Armani que nunca llegaba. Pensó, desodorante, ya se había puesto la camisa. No quería arrugarla. ¡Mierda! Nada entonces. Café frío de la noche anterior en pocillo limpio y al microondas. Sin azúcar. Las llaves de casa, las del auto, celular, cigarrillos (cigarrillo), encendedor, el dinero (bolsillo trasero izquierdo) y billetera (al derecho). Odiaba cargar con todo eso, tanto que sin importar el lugar a donde fuera, al llegar desenfundaría todo aquello apenas cruzara el umbral. Nueve cuarenta y cinco. Apuró el café y una porción de pizza fría, para Julio ese era el mejor desayuno. Dejó la taza en la mesita del palier. Tomó el ascensor. Apretando su último Camel con los labios, intercambió los saludos de rigor con el portero. Pisó la vereda. El viento le recordó la afeitada y pudo salir de sus pensamientos… de esos que uno da a luz en el ascensor y después ¡puf!… ¿que venía pensando?

Lucas P. Michref


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