lunes, 21 de septiembre de 2009

Viajes

De mi cuarto a la cocina, a medio camino, unos cuatro pasos nada más, se abre a mi izquierda un mundo lleno de precipicios. Me resulta imposible resistirme a la tentación de mirar. Aun cuando el vértigo es demasiado grande, siempre miro. Al pasar, a veces me quedo y a veces pretexto cualquier cosa para no quedarme, otras, disimulo intentos de tirarme al vacío… mientras mi conciencia me espera en la cocina y habla de desayunos diferentes pero que siempre son el mismo. Observo y me digo que no existe, que es un juego cruel que en vano intento ganar. Debo irme, cruzo la puerta y me detengo, necesito volver a verlo, saber que sigue ahí. Algo me dice que es real, regreso. Una, dos, tres, se me acaban las excusas, los juegos, y lo que olvido de decir que en verdad jamás olvido. Si tan solo pudiera quedarme en los bordes, ser espectador, no tener este impulso incontenible de saltar, no saber que siempre vale la pena el salto. Tan solo envejecer a orillas del viento, mientras miras caranchos volar…

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