sábado, 29 de agosto de 2009
Mi autorretrato al estilo de Pablo Neruda
viernes, 28 de agosto de 2009
Ansiedades
viernes, 21 de agosto de 2009
A mi padre
la ceguera de tu cariño,
la ansiedad que muerde nudillos,
el insulto.
la negación.
tu paranoia, la mía.
La mano abierta y el extendido brazo
buscando los roces de tu andar,
mientras cuentas los pasos,
temerosos del contacto.
La sublime danza matemática de tus dedos
dejando ese anaranjado rastro sobre la mesa.
Sonidos cotidianos
que mudan en tragedia
(distinto los decibeles)
como tantas cosas
el sol ha dejado de amarte
y no los has visto crecer
y no puedes recordarme.
solo destellos,
preludio de una noche eterna
todo parece huir de ti.
Yo que de ellas tanto dependo
jamás he podido dártelas.
no puedes verme,
no puedo verte.
Mi nombre en tus bolsillos
de llenar mis oídos de viento,
la tarde me descubre,
completamente escrito por dentro,
y mis ojos buscan en vano
el verde de un mar confidente.
Hace ya tiempo que no llueve,
ni siquiera aquí dentro,
comienzo a olvidar mi nombre,
que se esconde en tus bolsillos
mientras cuento hasta tres mil
y me olvido de salir a buscarlo.
Te busco como al café,
me cruzo con el perfume de tu pelo,
que me embriaga de sueños
y olvido recuperar mi nombre
que ya se durmió en tus bolsillos,
que se olvido que estaba jugando.
Desayunos que son almuerzos
con sabor a vacaciones de verano,
hablamos de cualquier cosa
mientras mi fuente se pregunta
una y otra vez sin descanso,
cómo es posible tu boca…
Luz, cámara...
Alfonsina, señora del mar.
Mi dolor se suma al tuyo en tu genial verso
“dulce tortura quietamente sufrida”…
y si, es dulce, y ojala pudiera como vos,
sufrirla quietamente.
Inmóvil debajo de mi almohada,
terminar, de una vez por todas,
de asfixiarlo.
Mi respirar la lastima
y el sabor muta, amargo,
con ojos abiertos, llenos de sal y arena.
Me sofoco, huyo, me encierro y me someto,
y nuevamente lastimo lo que amo.
Me pretendo amigo íntimo,
trago la saliva amarga de los malos actores,
suelto mis vapores y entonces ella
me regala su dolor en papelitos de colores,
colores que no puedo descifrar.
Por mas que lo intente
no logro ser quien la contenga.
Desespero.
Ella huye de mí nuevamente.
La veo alejarse
sola,
sin amantes.
sola,
sin su amigo,
Regresa.
La noche y mi cómplice
con mi almohada en la mano,
sin resultados.
Regresa.
Actuamos, sabemos, no mostramos…
Lucas P. Michref
miércoles, 19 de agosto de 2009
Julio y sus mañanas
Lo primero que hizo al despertar fue buscar en su escritorio los Camel Box. Sabía que quedaban tres y eran suficientes. El primero, la afeitada y el desayuno. Encendió el más arrugado y tosió tres veces tapándose la cara con la almohada. Espió el clima por la ventana, gris, húmedo, camperas a discreción, ninguna bufanda... y regresó a la cama. Hizo fiaca mirando el techo a través del humo, pensó, ocho y cuarto, se levantó. Mismos jeans, medias limpias y zapatillas, a las que sentía como si las volviera a usar después de décadas. En el baño dejó correr el agua hasta que quemara y a cachetazos se lavo la cara. Ablandó la barba y se untó la espuma sin mucho esmero. Segundo Camel en la boca y afeitadora en mano. Mismo método: mejilla izquierda, derecha, mentón, bigote y por último cuello, siempre a contrapelo. Alcohol, también a cachetazos. Tiró el Camel en el inodoro. Se demoró en el peinado. Por último, camisa blanca y campera de cuero. ¿Perfume? no quedaba. Su madre le prometía un Armani que nunca llegaba. Pensó, desodorante, ya se había puesto la camisa. No quería arrugarla. ¡Mierda! Nada entonces. Café frío de la noche anterior en pocillo limpio y al microondas. Sin azúcar. Las llaves de casa, las del auto, celular, cigarrillos (cigarrillo), encendedor, el dinero (bolsillo trasero izquierdo) y billetera (al derecho). Odiaba cargar con todo eso, tanto que sin importar el lugar a donde fuera, al llegar desenfundaría todo aquello apenas cruzara el umbral. Nueve cuarenta y cinco. Apuró el café y una porción de pizza fría, para Julio ese era el mejor desayuno. Dejó la taza en la mesita del palier. Tomó el ascensor. Apretando su último Camel con los labios, intercambió los saludos de rigor con el portero. Pisó la vereda. El viento le recordó la afeitada y pudo salir de sus pensamientos… de esos que uno da a luz en el ascensor y después ¡puf!… ¿que venía pensando?
Lucas P. Michref
Perros videntes
Momento Nube
Mis Disculpas I
Mejor abramos la ventana y tomemos otro café. Me gusta el café. ¿Un cigarrillo? Por supuesto…
It's uncomfortable...
En el bar de siempre
LPM
Assassin
No puedo verla… pero se que la otra mano sostiene el arma.
Lo sé... El disparo nunca llega y la asfixia tampoco.
Acaso la única certeza, la de que el arma, inmóvil, apunta mi cabeza.
El asesino tiene una voz reconocida.
Me habla con tanta tranquilidad que el terror es aún mayor.
Casi con dulzura, casi con piedad.
No presto atención a sus palabras.
El tono con que me habla es un redoblante previo a la ejecución.
Desespero, siento sus piernas sujetar las mías.
Es más fuerte, no me rindo, descanso, insisto, no logro soltarme.
Como en los sueños, cuando corro y no me muevo.
No puedo gritar y el llanto se ahoga en mi garganta.
Se hunde lento, dentro de mí, el grito que me salvaría…
Mis músculos terminan por rendirse.
No encuentro salida.
La voz de mi asesino insiste en su discurso.
Lento, apacible, sosegado.
Me niego a escucharlo, no quiero darle el gusto.
Si lo escucho el lo sabría y luego...
Renuevo el intento de liberarme.
Es inútil, ya es demasiado para lo que queda de mis fuerzas.
Mi mente se agita, colapsa…
Despierto del desmayo sin idea cierta de su duración.
No puedo abrir los ojos, no puedo gritar.
Lo mismo.
Sigue hablándome.
Pienso que no sabe de mi despertar.
Pienso.
Esperar a que se canse, sacudirme frenético.
Por primera vez escucho.
Me llama por mi nombre, me dice que lo deje hacer.
Reconozco esa voz.
Me pide calma y al mismo tiempo lo escucho suspirar.
Suena como si estuviese angustiado.
Ahora recuerdo esa voz!
Me dice que soy yo quien lo envía.
Es mi voz cuando no sale de mi garganta.
Como si la escuchara grabada…